ENSAYOS + POESIAS + CUENTOS + Anecdotas

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domingo, 16 de diciembre de 2007

noches de soledad-serie

En el vasto cielo tintinean
los tristes versos

En mi pecho el hueco del
poema del adiós y el final
quedan fotografiados

Llevan al temor, a mucho mas
al encuentro con la muerte
al cantar,
se prolonga
en un sutil despertar

No entiendes nada en realidad
no me debes nada ni en la
prosperidad

En el vasto cielo suenan
los tristes versos

Huye de mi tiempo mi buenaventura
nunca perdí nada sin antes postrar
mi bravura

Que silencio convence al mar
me siento en la orilla escuchándome
confesar.

A tu adiós, a tus pasos, que sucumbieron
Un amor que nunca tuvo lazos de eternidad.


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Tan triste el recuerdo de escuchar
tu voz de artemisa

tan difícil olvidarte en mi sumisa
camisa de ñandutí negro y sal

ahora que estas de mi tan lejos
aun solo ya callado el pecho.

Invoca los recuerdos de ese
Murmullo tuyo viejo.

Que abandono la sonrisa
Por la penumbra y el sabor De tu boca se perdió en la llanura

parte2

En uno de esos días tropecé con el anciano en su búsqueda, y este, aulló al presionar los dedos de sus pies con mis zapatos de gamuza beige como las paredes de la librería, obviamente quede a palmearlo por la espalda mientras arremetía contra mi mismo por ser participe de ese accidente, en voz alta tratando de humillarme para que el librero quede satisfecho, pero en el fondo no importaba mucho ni el pie del anciano y mucho menos humillarme repitiendo que tonto soy.
Salía buscando su aire, ya sin esperanzas de encontrarla en la playa que se volvió calle, respiraba al invierno, confuso y sutil. Fui caminando tomando el camino mas largo a casa, imaginándome su rostro en cada faro del alumbrado publico, cruzando avenidas y calles perdidas, como inventando ciudades y a sus habitantes.
Al llegar, a la casa, frente a la puerta, sentí el zumbido de la realidad que me descoloco en las persianas semi abiertas mirándome desde adentro, y se abrió sin darme cuenta, cuando veo a Soledad, decir

-Te llame, y no respondiste, como siempre.

Con las manos en la cintura y vestida con el camisón azul con flores amarillas, solía ocurrirme que la imaginaba en medio de un circo haciendo piruetas para viejos verdes, que tiraban billetes de 10 mil en busca de su satisfacción visual.

Respondía generalmente con paciencia y de un tono de voz amable y sumisa.

-Es que venia en el 23 y no escuche, mi vida
-Esta bien mi sol, confesaba con complacencia.

Solía seguir prontamente con un beso lleno de pasión mas que de amor, ella sabia que en noches como esas convertíamos el dormitorio en un campo de batalla, en una lucha de a dos, sin tregua y sin descanso, en mano a mano sin ellas, convirtiendo la cama en el ring principal, pero no en el único. Creo que por ello nunca me ha puesto entre la espada y la pared con respecto a esa rara manía que tenia de desaparecer ese tiempo. Quizás estaba satisfecha corporalmente más que emotivamente, quizás estaba como yo, y ella también tenía sus momentos de disolución de esta relación intrépida y sensualmente feliz por fuera. No es que no la quería, la admiraba, era hermosa y una buena madre de clase media, pero no satisfacía las inquietudes de mi corazón, si lo hacia en la cama.
Generalmente después de hacer el amor con Soledad, nombre del cual su madre se había arraigado después de haber tenido una decepción amorosa en la década de los 70 cuando el auge de los hippie y el boggie andaban correteando a escondidas por las calles de la Asunción “de naranjos y flores”, de caperucitas rojas y grupos esporádicos de comunistas leninistas. Comía, si, el hambre era una de esos placeres post-orgásmicos que tenia, eran varios pero este era como el de mas intensidad. Me sentaba sobre el mueble de la cocina viéndola prepararme algún que otro sándwich de tomate y queso con la camisa azul marino que había usado en mis horas laborales que tiernamente fue transmitida hasta ella para que los vecinos no notasen las pecas de sus senos, su piel irradiaba la suavidad como hecha de seda y tulipanes rosados escondidos celosamente en jardines occidentales, con sus cabellos húmedos caídos hacia la frente, se veía tan sensual, tan mujer.
Retuvimos mucho la transmisión del calor de nuestros cuerpos así que el frió ya no luchaba en adentrarse en nuestras médulas. Compartíamos ese momento mientras ella tomaba un vaso de agua de la canilla, mirándome, hablándome con los ojos, llenos de deleite. Sabíamos que todo se reduce a unas horas a un poco de pan, a la luz que ensucia el amanecer en el secreto del silencio que envuelve las escasas razones, los pequeños infiernos. Los días eran recurrentes a veces, jugábamos a ser una familia sub. Urbana en meriendas y cenas con amigos y sus parejas correspondientes, vaya, que eran cenas, donde dominaban mas vinos y cervezas de diferentes marcas, nacionales e internacionales que comida, terminando peleando y deseando a la mujer del otro. Gracias a la apertura de los sentidos por medio del alcohol.
Ahora bien, el rostro de Maria era la que dominaba todo el circuito de mi mente, a pesar de esos momentos de ensayo de familia en una escenografita compuesta y casi sofisticada. Los fines de semana eran eternos, no sucedía como ocurre con muchos paisanos míos citadinos, que lo único que deseaban era que el fin de semana se prolongue aun mas para reforzar los instintos carnales y viciosos, a veces en el afán de reposar por un rato mas y despertarse a las 12 del medio día para frenar lo cotidiano, lo robotico, yo deseaba adentrarme a un vulgar lunes y saber que de allí en mas tendría mis encuentros clandestinos durante 4 días mas con ella. Ansiaba el mar de micros y personas sudorosas que aromatizaban el ambiente en un javorai de perfumes falsificados y a cuerpo. SAbia aun que el sentimiento que me ubicaba junto a ella era solo el hecho de pensar en ella, y que nunca, el destino nos uniria en aquel paseo por la playa paradisiaca del Pacifico. quizas en algun momento fuimos uno, pero no era suficiente mis reverencias hacia ella para seguirla y hacerla volar.

con todas las letras-cuento.parte1

Librería con olor a viejo, titila el hábito cortesano de sus invitados, colados, como el fluorescente del cartel de la calle, que caía muerto, que ironía, era un julio frió, donde la gente usaba la única campera gruesa de corderoy comprada en verano, en alguna liquidación de shopping, tal vez para algún viaje hacia el sur que nunca tuvo salida, o simplemente para rellenar esos espacios vacíos de ropero y profesar a tener más. Volaban estáticas bufandas prolongadas, multicolores y pavorosamente gruesas que formaban parte del cuerpo trepadas como serpientes vivas. Ingrese tácito como siempre a la Librería, en realidad siempre ingresaba como fantasma a las tiendas y lugares públicos, espiando y jugando a ser espiado, mis pasos eran consecuentes y parecía siempre saber hacia donde iba, cuando en realidad, era que me encontraba perdido desde el cruce de los detectores antirrobo y guardias de seguridad.
Escondida entre las paginas amarillentas de los libros de compra-venta posaba como estorbo, Maria, una chica risueña y fina, de cabello castaño y lacio, que leía a García Márquez en la misma plaza a la misma hora todos los santos días, y en los endemoniados también. Sobre ella posaban pósters de ediciones de la década del 50, alguna que otra foto ya despintada de algún héroe de guerra, frases fanáticas de lectura, y sus consecuencias, acompañadas por caricaturas de escritores latinoamericanos que nadie conocía por rostro. Vestía formalmente y de colores oscuros, cualquiera diría que era fanática de alguna de esas iglesias llena de tarados esquizofrénicos que ven un punto en el cielo y en masa se prenden fuego.
El librero era un hombre anciano que propagaba aroma a polilla y masajeaba una esfera de goma amarilla que lo ayudaba a circular la sangre por su ya desbastado cuerpo insignificante, bueno a todos nos tocara. Solía darme cuenta de cómo miraba a Maria, con desconfianza y de reojo, con placer y sometimiento. Sentía celos. Maria rozaba sus manos buscando encontrar la energía de los libros sin descubrir sus palabras impregnadas, olía siempre a libros y a papel de arroz, exquisita, de una mirada tiernamente conmovida por la ultima novela de amor que posaba todavía en su cama de sabanas blancas y ositos de peluche, quizás su única compañía desde hacia ya muchas noches. Sus movimientos parecían practicados y perfeccionados, desde el de sus dedos finos como agujas hilando las hojas de papel, hasta el de sus pies que jugaban al tobogán subiendo y bajando, con un estruendo aparatoso del cartílago del tobillo, le producía cierta satisfacción, se notaba que era el único deporte que practicaba.
Yo parado, detrás del escaparate con la misma revista de ayer, intimidado por los libros gruesos y discos de vinilo que ni el mas sordo de los hombres escucharía, no porque eran de malos autores o por su contenido, sino porque su calidad se había diluido en el tiempo de evoluciones tecnológicas, tenia el mp3 encendido en el bolsillo que gritaba su presencia entre mi pulóver azul marino y mi bufanda negra, repitiendo el eco de la melodía del chill out retorcida con tango y blues.
Solía ocurrirme que siempre parado allí, en ese metro cuadrado perpetuo, “sonaba” el teléfono móvil agitándose entre mis piernas, siempre a la misma hora, siempre la misma voz, y siempre la misma respuesta, el mismo tono, el mismo buzón de voz. No contestaba por temor a encontrar la atención de Maria, era feliz en esos 15 minutos de transparencia, disfrutándola. Además que era caer en un recurso fácil para que me observe, aunque siempre se me batían los músculos del muslo y era una sensación desagradable para la ocasión y el momento mágico.
En momentos solíamos cruzarnos la mirada, y mi corazón se aceleraba como pique en Aratiri y no solía frenar en las curvas, quedaba perplejo y anonadado, encantado, desviaba la mirada hacia la misma revista de ayer, tan aburrida tan desapercibida y volvía al punto de partida. Conquistaba las pocas palabras que asimilaba dibujando con los ojos la figura de Maria, su rostro sus manos sus pies. Como un ñandutí azul tejía mariposas alrededor de ella, la hacia flotar de entre los libros y recordaba el mar que yacía desde hace tiempo en mis recuerdos y que absorbía el invierno aparente de la calle trasladándome a alguna playa paradisíaca del Pacifico, tomados de la mano, Maria y yo. Despertaba con el chasquido amorfito del librero, y con los ojos para adentro discrepaba el hecho de hacerlo de esa manera, y cazaba con la mirada todo el perímetro de la librería, cuando denotaba el Plas! de la puerta de ingreso. Y la ausencia de Maria.

martes, 11 de diciembre de 2007

introduccion al Paseo de la ... y ...

introduccion al Cuento El Paseo de la ... y ....
Pagina 98
2008

"surget et ambula"
mas vulgar como exitoso.


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toc toc...
canto el miercoles...
Amor?


tus mismas sensaciones se perdieron
cuando diste vuelta en el cielo...


tu mismo puerto se mudo de orilla...
y pretendes que te busque
mirando desde una escotilla...

ahora resulta que soy yo
el dueño de tu desgracia...
sin que tu misma gracia
sea la protagonista...
de tal falacia.

Mientras las arenas de la playa cambian
cambia el corcel y el atardecer..
cambia el ego y el mundo entero...

su ego mayor fue la importancia
y se olvido luchar por lo que
era su vestidura... que en realidad
no le importaba una verdura.

Palabras de otros la convencieron
y como tantas cosas sin lazos fueron
a parar a la basura y a una esquina
de cartonero.

mi fuerte es el tiempo y la notable
configuracion de tus palabras
ya no existen, quizas prosiguen
en una vuelta carnero.

hoy ya mis manos
son frias a tu tacto...

tomate un pacto con tu nuevo hijo
y marido, riete en estas rimas
que dejan de serlas cuando uno
las imagina.




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