ENSAYOS + POESIAS + CUENTOS + Anecdotas

______________________________________________________________________

jueves, 10 de enero de 2008

paseos de ciudad

PALMEANDO

Un frió seco según el cartel luminoso desgastado sobre la calle Palma, unos 4 grados desvelada su propia tristeza compartiendo zaguanes repletos de personas perdidas entre el cartón húmedo de alguna televisión de pantalla plana de 32 o mas pulgadas. El silencio era agudo, como el sonido de la tiza que chilla en sus encontronazos con la pizarra desgastada y repintada mil veces en alguna escuela publica de Asunción. La calle estaba serena y emputecida, tenía ganas
De paso en paso observé a un sereno chispear cerca de un brasero recién adquirido recargando un mate improvisado, de unos 30 años, vistiendo ropa oscura y queriendo imponer cierta bravura y miedo a cada persona que quisiera trasportarse a su principado, sus líneas limítrofes eran indudables, y señalaba como conquistadores a los desconocidos que se adentraban en sus dominios temporales.
Reí evidentemente no solo gracias a la escena que me sedujo, sino también al gran grado de alcohol que estaba hirviendo en mi sangre después de una de esas noches de vodka y palabras, de enojos y sonrisas, dado que el punto de fuga de la calle yacía hacia Colon se podía observar las luces de los bares y automóviles con sofisticados aparatos mp3 mp4 o mp21 que repetían la misma canción de moda, mujeres-relámpago que desafiaban al frió con poca ropa y que provocaban a sus acompañantes de horas con bailes de movimientos de caderas y vientres endemoniados, la frecuencia del vaso era constante. Palmeaba (exprimía cada baldosa de las veredas de la calle Palma una y otra vez, en ida y vuelta, interminable) con noción de olvido de la hora, buscando refugiar la vista en calientes focos de propagandas muertas y marcas internacionales que agitaban el clamor de una sociedad que proponía ser mas consumista, tan realizada, de vez en cuando se cruzaba en mi camino en la vereda paralela un par de la Policía Urbana Especializada, observando detenidamente mi vestidura y tratando de cazar como águilas de campo el modelo de mi teléfono móvil para así llegar a la conclusión de que soy mas una presa que un cazador nocturno, arremetí un saludo discreto y con un cierto grado de respeto levantando la palma de la mano, y vociferando en silencio un buenas noches seco para que no sea tan evidente mi estado de embriaguez.
Recorría la perspectiva de los edificios, y jugaba a acariciar las líneas y curvaturas superiores, inalcanzables quizás, tan neoclásicas, de molduras exuberantes y de figuras angelicales, como formadas a propósito para que vean que debajo de ellas es dominio de los demonios humanos, de los miedos arraigados al paseo que busca adrenalina en calles de nadie. Los muros de los edificios se adentraban hacia el interior, tenía esos efectos de desvirtualizar el muro para convertirlo en un tejido frágil y dócil al movimiento. Los colores tan contrastantes, solicitaban una competencia innecesaria por imponerse en la urbi. Me fascinaba los ventanales enormes y puertas hechas a una escala monumental, donde no importa en realidad el tamaño del mueble que ira adentro y pensaba donde había quedado la arquitectura paraguaya si existió alguna vez la arquitectura paraguaya.
Había veces que el silencio se rompía con el estruendo de un tinqui tinqui tinqui tinqui de alguna camioneta vía Iquique tuneada y calcomanías de políticos oficialistas con varios jóvenes azorados colgados por las ventanas buscando desafiar a las putas que yacían en las esquinas luchando contra el ardor del frió, sin antes increpar mi paseo nocturno tan anormal para ellos, lanzándome una de esas botellitas de cerveza de 500cc, lejos obviamente del objetivo, terminaba, quizás me habrá visto doble o triple, como yo a la camioneta.
Encendía un cigarrillo cuando observaba al humo enredarse al contorno de los árboles exuberantes de la plaza de los Héroes, y me aniquilaba la idea de que porque seré el único que contempla tanta belleza estática, tan común tan desapercibida. Llevaba una bolsa de polietileno negra donde reposaban dos latas de cerveza nacional, las había adquirido de esa forma, tan peculiar de empaque, en un panchero ubicado entre Estrella y Nuestra Señora, de un hombre quizás con cara de noche, de nombre Ramón, casado y de unos 40 años, hombre tosco y recio, pero muy buen conversador. Recuerdo que momentos antes se detuvo un Mercedes “faro redondo” que fue llegando metros antes de la ubicación del carrito ya con la luz de stop encendida y bajando la ventana del acompañante, tan automatizado como evidente.
Ramón había quedado hablando con el personaje del Mercedes, y yo bueno, esperando tratar de calmar un poco la sed que me nacía de tantos pasos sin destino, tuve una conversación un poco extraña con Ramon luego, empezando con la inconsciente palabras que tal la noche y sus desmanes que son una de las cosas que nos fascinan a los habitantes de ella. Después siempre desembocaba en el popular achinjaranga de las situaciones económicas del país como el de la familia, casi como buscando que el destino era el promotor de tales cosas mas que las decisiones propias de los humanos.
Retornando a mi paseo pasaba por las paradas de los taxis, que andaban agazapados en sus asientos correspondientes con las manos en las llaves y llaveros raros, en autos que tienden a ser como los Transformers pero por su gran facilidad de desarmarse, dormitando los taxistas mientras la radio de la central aullaba la palabra –se solicita móvil shhhhh, creo que había una concentración un poco ilógica en las paradas de taxis y en el numero de vehículos acurrucados en el centro, ya que solo andaban por ahí las putas, los guardias y yo. Y precisamente yo no los utilizaría.
Me detuve frente a una vidriera de un local de ventas de calzados, observaba uno que otro modelo que sea de gusto personal, aunque me dio pábulo utilizar a mi imaginación para transformar un poco la realidad, entonces noté aquellos calzados que nunca utilizaría, no solo por une cuestión de gusto o estética, sino que por mi identidad sexual claramente establecida y la fantasía me traslado a un desfile de modas en largas pasarelas alfombradas en algún shopping donde yo era la top protagonista
Es notable como la fascinación hacia la tecnología lo cuelga a uno, el deseo de tener uno de esos aparatitos extremadamente complejos con sus libros de instrucciones de 100 hojas y en 20 idiomas, La tecnología si bien se imponía en los negocios de la calle eran siempre iguales, pero en cada local uno configura su deseo y lo alimenta. se concreto el paseo con una conversación con un cartonero de edad similar a la mía… la profesión del progreso… de la modernidad, con su carrito tuneado con cd’s sin uso y plásticos reciclados, que suele oler el miedo de las personas cuando el se acerca a sus basureros, cuando el simplemente comenta que es de extravagante profesión como los politicos mentirosos que le habian comprado la cedula en las elecciones pasadas, una leccion que nunca su estomago pudo olvidar