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domingo, 16 de diciembre de 2007

con todas las letras-cuento.parte1

Librería con olor a viejo, titila el hábito cortesano de sus invitados, colados, como el fluorescente del cartel de la calle, que caía muerto, que ironía, era un julio frió, donde la gente usaba la única campera gruesa de corderoy comprada en verano, en alguna liquidación de shopping, tal vez para algún viaje hacia el sur que nunca tuvo salida, o simplemente para rellenar esos espacios vacíos de ropero y profesar a tener más. Volaban estáticas bufandas prolongadas, multicolores y pavorosamente gruesas que formaban parte del cuerpo trepadas como serpientes vivas. Ingrese tácito como siempre a la Librería, en realidad siempre ingresaba como fantasma a las tiendas y lugares públicos, espiando y jugando a ser espiado, mis pasos eran consecuentes y parecía siempre saber hacia donde iba, cuando en realidad, era que me encontraba perdido desde el cruce de los detectores antirrobo y guardias de seguridad.
Escondida entre las paginas amarillentas de los libros de compra-venta posaba como estorbo, Maria, una chica risueña y fina, de cabello castaño y lacio, que leía a García Márquez en la misma plaza a la misma hora todos los santos días, y en los endemoniados también. Sobre ella posaban pósters de ediciones de la década del 50, alguna que otra foto ya despintada de algún héroe de guerra, frases fanáticas de lectura, y sus consecuencias, acompañadas por caricaturas de escritores latinoamericanos que nadie conocía por rostro. Vestía formalmente y de colores oscuros, cualquiera diría que era fanática de alguna de esas iglesias llena de tarados esquizofrénicos que ven un punto en el cielo y en masa se prenden fuego.
El librero era un hombre anciano que propagaba aroma a polilla y masajeaba una esfera de goma amarilla que lo ayudaba a circular la sangre por su ya desbastado cuerpo insignificante, bueno a todos nos tocara. Solía darme cuenta de cómo miraba a Maria, con desconfianza y de reojo, con placer y sometimiento. Sentía celos. Maria rozaba sus manos buscando encontrar la energía de los libros sin descubrir sus palabras impregnadas, olía siempre a libros y a papel de arroz, exquisita, de una mirada tiernamente conmovida por la ultima novela de amor que posaba todavía en su cama de sabanas blancas y ositos de peluche, quizás su única compañía desde hacia ya muchas noches. Sus movimientos parecían practicados y perfeccionados, desde el de sus dedos finos como agujas hilando las hojas de papel, hasta el de sus pies que jugaban al tobogán subiendo y bajando, con un estruendo aparatoso del cartílago del tobillo, le producía cierta satisfacción, se notaba que era el único deporte que practicaba.
Yo parado, detrás del escaparate con la misma revista de ayer, intimidado por los libros gruesos y discos de vinilo que ni el mas sordo de los hombres escucharía, no porque eran de malos autores o por su contenido, sino porque su calidad se había diluido en el tiempo de evoluciones tecnológicas, tenia el mp3 encendido en el bolsillo que gritaba su presencia entre mi pulóver azul marino y mi bufanda negra, repitiendo el eco de la melodía del chill out retorcida con tango y blues.
Solía ocurrirme que siempre parado allí, en ese metro cuadrado perpetuo, “sonaba” el teléfono móvil agitándose entre mis piernas, siempre a la misma hora, siempre la misma voz, y siempre la misma respuesta, el mismo tono, el mismo buzón de voz. No contestaba por temor a encontrar la atención de Maria, era feliz en esos 15 minutos de transparencia, disfrutándola. Además que era caer en un recurso fácil para que me observe, aunque siempre se me batían los músculos del muslo y era una sensación desagradable para la ocasión y el momento mágico.
En momentos solíamos cruzarnos la mirada, y mi corazón se aceleraba como pique en Aratiri y no solía frenar en las curvas, quedaba perplejo y anonadado, encantado, desviaba la mirada hacia la misma revista de ayer, tan aburrida tan desapercibida y volvía al punto de partida. Conquistaba las pocas palabras que asimilaba dibujando con los ojos la figura de Maria, su rostro sus manos sus pies. Como un ñandutí azul tejía mariposas alrededor de ella, la hacia flotar de entre los libros y recordaba el mar que yacía desde hace tiempo en mis recuerdos y que absorbía el invierno aparente de la calle trasladándome a alguna playa paradisíaca del Pacifico, tomados de la mano, Maria y yo. Despertaba con el chasquido amorfito del librero, y con los ojos para adentro discrepaba el hecho de hacerlo de esa manera, y cazaba con la mirada todo el perímetro de la librería, cuando denotaba el Plas! de la puerta de ingreso. Y la ausencia de Maria.

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