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lunes, 5 de noviembre de 2007

Una mañana cualquiera

Mañana Cualquiera

El día empezaba temprano con el canturreo del personal del aserradero que se ubicaba detrás de la casa, sus maquinas difuntas aun, desaceitadas y llenas de hollín proponían el inicio un día laboral normal. Solía observarlos desde mi ventana cuando pesaba la visualización de que formarían una flota de piratas queriendo invadirme con sus garras y filosas hojas de acero, con sus cables jugando a ser lazos, tomando como botín mis ultimas palabras pronunciadas en al noche anterior y tal vez la venidera. Sonreía después de imaginarme eso y discrepaba mi equilibrio mental repitiendo movimientos consecuentes de un lado para el otro con la cabeza, que adornada de cabellos encerados por la almohada entonando su veneración hacia el techo; no ayudaban a verme muy lucido, bueno, que se podía esperar si eran las 6 am de un lunes; tan vulgar como exitoso me sentía. Como dormía con ropa puesta no había necesidad de mirar al ropero que tendía a ser un caos de transito en horas pico de alguna ciudad jugando a ser cosmopolita. Paseaba en el dormitorio buscando algún que otro freno a mi ansiedad e imitando una defensa para la invasión de los piratas-obreros del ese barrio.
Obviaba la voz de Humberto Rubin que comentaba sus malos chistes matutinos en la radio, y así quizás ganarse la sonrisa hipócrita de algún radioescucha, el ruido de la Pc se propagaba por las paredes del dormitorio, hasta perderse en tejuelon lleno de telarañas y sueños, a veces pensaba que carajo hacia escuchándolo? -después me motivaba la idea de que quizás ya estaba domesticado a su voz, ya casi como 5 años que lo hacia sin darme cuenta de ello, el equipo de sonido Philips tenia ya sus años, y un personaje de radio estaba dentro de el mas de lo que debía.
Atropellaba el marco de la puerta con un zigzagueante salto para huir del metro cuadrado con olor a dormida, jugaba a ser línea mientras me proyectaba entre el pasillo largo y profundo, siempre paralelo a mi propio temor de colapsar con la pared donde terminaba. Justamente allí, posaba un espejo empolvado donde mi figura se parecía mas a una gran mancha sucia en su superficie mas que una proyección humana.

Mientras desayunaba tomaba el pan y lo aplastaba, me daba cierta satisfacción y placer hacerlo, se convertía en un ritual sin fundamentos étnicos ni religiosos, pero contenían esa importancia, observaba al café diluirse en el agua ardiente sin despedida, era una de esas historias de amor donde dos en realidad se vuelven uno, como siempre, me salía amargo, como el amor. Todo tiende a tener el mismo significado con esos pensamientos perpetuos. El ritual se prolongaba cuando tomaba uno de los frascos de café, cocido u otro que contenga etiqueta alguna, recorría sus términos y elementos, sus combinaciones químicas y alguna que otra ventanita de información al usuario, entendía el 20% de lo escrito, pero me sometía a la aventura de conocer lo que ingresaba en mi organismo. Sonreía con falsedad. Como lo hacen los sabios contemporáneos, que creen saberlo todo, mientras no se despegan de la TV y la computadora personal y piensan que porque tienen mil libros en su biblioteca personal saben mas que Google.
Mi tiempo espacial en la mesa era escaso, anteriormente lo prolongaba mas, cuando ella estaba conmigo, es que me daba cierto gozo observarla con su camisón de florcitas diminutas turquesas, mientras preparaba su mate amargo y dispersaba en el aire su voz de porteña arrepentida, intentando hilar una conversación, era una amante del mar, así que mi tierra mediterránea no era lugar para ella, y quien soy yo para que deje de amar al mar.
Levantaba la vista y volvía al mismo sendero del dormitorio, repitiendo el paseo de la ida, pasaba enfrente a la ventana desnuda y cerraba las persianas, dejando atrás al aserradero, a los obreros, a las voces y sumergiéndome en mi sueño.

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