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lunes, 5 de noviembre de 2007

Cuento de la baldoza

Como cuenta la hormiga que al pasar una de las aristas de la baldosa de 20x20 en busca de finiquitar el cansancio de devorar sus sueños a la que siempre estuvo subyugada, se siente envejecida ya que se dio cuenta al fin, de que había perdido parte de su existencia útil ocupando su tiempo a esas pequeñas cosas que nunca la satisficieron, a discreción va por el cruce a destiempo de sus colegas que la miran con descuido, hacia el encuentro de aquellas hojas cóncavas y convexas del pastizal que nunca vio, allá donde el viento sutil las hace danzar como si se tratase de un ritual de otoño. Pretende no dar tantos pasos seguidos para no dar tormento de su huida cotidiana, no por lo que dirán las otras hormigas, sino para sentirse mas segura aun de que el camino todavía no ha empezado. El perfume de la cera advierte el perímetro repetitivo de la eternidad material y ella lucha, lucha haciendo un poco de geometría plana y calculando la velocidad del viento cuando su presencia en la punta de una de las hojas se salga de los limites virtuales a la cual siempre estuvo reducida, colorea su imaginación dándole un poco de color verde a su sueño, a veces es amarillo otras azul, y ni que decir a las otras hormigas que encontraría ahí, con grandes vestiduras y robustas por la abundancia infusión de agua del manantial que hace de cordón umbilical entre el cielo y la tierra. Ha pasado mucho tiempo y las dilataciones superficiales que ha pasado la hormiga se han perdido en su cuenta por las repeticiones, confiesa su cansancio se torna confuso, inquietante sus ganas que martillan su cabeza invertebrada con las heridas labradas anteriormente, sus finas patas agujales titilan como el fluorescente que a su vez sirve como sol y luna al mismo tiempo, en ese mundo que en vez de reducirse tendiese a agrandarse cómo si el destino le jugara una broma lúgubre. se queda quieta ante la presencia norte de una alucinación de nubes y sol.
Crujiente se hace el viento norte al quebrarse con el roce que produce una pisada de zapatos negros, el miedo da vueltas sus ojos y la convierte en un producto de la forma y espacio perdidos, no sigue adelante por lo desconocido, da una media vuelta militar sin disciplina he intenta volver a lo conocido, a lo cotidiano, cuando otra pisada de contramano la hace contener en una baldosa insípida e incolora y sus tripas chillan cuando ella escucha como las hojas cóncavas y convexas la sonríen en la bienvenida de la muerte que le entrega un abrazo maternal... y sonríe.

se viene el cuento: el Paseo de la puta y el mentiroso.

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