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martes, 24 de enero de 2017

ELLOS



Insipiente la noche de Julio, en aquella vieja ladera acumulada de sueños y bolsas de arena, incrustadas con olor a humo,  en ellas,  las desavenencias y el desamparo, latentes recuerdos, en manos que la fajaban sin augurio, el tramo al infierno iinterior.   Disipado el humo  en sus ojos,  Assan, había prometido aquella fecha, donde a medio pan de ayer ,  desvaneciéndose en la mesa de madera desteñida y casi vacía, esa,  que empotrada  al suelo de tierra,  árida y crujiente, bajo la luz tenue de una vela que simulaba ser una caldera imaginaria, ante el frio febril que circulaba en el aire espeso del único dormitorio seguro, había hecho esa promesa,  en un caudal de lagrimas desde afuera para adentro,  como el Humo ese del carajo,  las  lagrimas viajaban por su sangre  en sus venas, donde contiguos  sus músculos se contraían en acciones dispersas y paralelas de todo su sistema nervioso, esa electricidad tan vil,  que erizaba la piel y denotaba su espíritu raquítico, sentía ese viejo rencor del olvido, succionaba cada palabra desde la boca al corazón martillándose los argumentos,  con los ojos de color fuego que mantenía la sinfonía del destello de las detonaciones de afuera, en la calle lejana,  el miedo ya no se rendía,  adentro el olvido cercano, era perderlo todo,   y si acaso   esa vela perdiese esa luminosidad que lo mantenía vivo en otro circuito, sucumbía.  Sabía que los metros lo salvaban o quizás lo matarían, que otros como el estaban perdidos y solos.
 Las ventanas estaban cerradas por dentro, amotinando el polvo y la fe, ya había olvidado el sol de ayer mientras catalogaba en su mente los primeros años de Rhan, y repetía, -El no - ,  No lo permitiría.
Rhan se encontraba esa noche a 5 pasos hombre de él, que en segundos durante la noche , cuando dormitaba del cansancio se bifurcaba en un gran embudo que lo alejaba hasta perderlo de vista., Rhan saltaba encima de una inscripción hecha con un palo de madera en el suelo-piso, era su único juguete desde hace varios meses, desde que perdió todo al resonar esa alarma que vaticinaba el fin de muchas velas, desde que estallo la intolerancia y la ceguera, lo tomaba como parte de su cuerpo, lo revoloteaba por los aires ambientando el espacio con zumbidos que intentaban ser risas, a pesar de todo Rhan seguía siendo un niño de 7 años con las tez tosca y salpicada de hombre, pero con un corazón simplificado y el decoro de un infante que ama  sin muchos reclamos , como  alguna vez, todos los seres humanos  hemos sentido – pensaba.
 Al llegar a la mitad de esa noche Rhan, ya con pocas energías  se acerca a su padre para hacer la plegaria y acostarse a descansar,  Assan no lo hacía desde hace un  par de noches aunque a veces conversaba con el mismo para no fenecer en la necesidad de no encontrarse con la nada, en el fondo sabía que había siempre algo. Quedo dormido apoyando la cabeza sobre su muslo, acurrucado como si se colocase un caparazón que fungía a ser una sucia manta que había tejido su abuela unos km mas al sur, hace unas décadas, que ya no existía.  Assan lo acariciaba con ternura y en milímetros con dureza, mientras dibujaba en  la sien un punto imaginario y un trayecto ilusorio, se erguía un puente de trazos imperfectos, puente que al cruzar te aceptaba con la sombra de un árbol que lleno de frutos invitaba un manjar exquisito, visualizaba detrás de el, una ciudad llena de flores y mantos coloridos, que reflejaban el cielo profundo y amable, ahí llena de personas sonrientes, que se pasaban la mano mientras caminaban en varias direcciones, encontradas y contando historias ancestrales, una mezcla de pasado presente y futuro, una mezcla que lo hacia sonreír de alegría en aquel cuarto con luz tenue. Recordó  en el medio de la ciudad aquel sendero rocoso donde iba con su pequeño hermano, hoy ausente, a buscar fósiles de animales para imaginarlos rearmarse en medio de cada tarde y compartir el tiempo entrelazado en una maraña de vidas sin vidas. Al pasarlo encontró  el Puerto y las barcazas que bailaban con el mar insipiente, el sonido de los buques que llegaban vaticinando el aire nuevo y las nuevas noticias del otro lado, vislumbro a Rhan en la barandilla de el “El Navegante” en el ala izquierda por donde salía el Sol, Rhan sonreía con locura, y en sus ojos se reflejaba el cielo infinito y azul, mientras la ventisca bailaba con sus cabellos lacios enredándolo con los sentidos de la libertad. – Le pregunto que sentía
-Padre, cuando sea hombre quiero ser como tu.
Assan alzo la cabeza y sonrió como lo hizo Rhan, siguiéndolo como la hacia en cada mañana desde que llego a su vida, aquella tarde del 2009 y que la mano divina lo lleno de esperanza y al mismo tiempo le quito ese pedacito de alma que lo llevaba. Emprendieron juntos las aguas profundas ambos tomados de la mano, sin nostalgias más que las que se entrelazaban con sus dedos, El, estaba tan feliz. El ruido de las aguas abrazando el buque era música, mas a babor las risas y las anécdotas futuras eran un deleite para la esperanza y los nuevos inicios, eran esos nuevos nacimientos de los nacidos. Rhan corría, escuchaba y sonreía. Estaba en el movimiento de la libertad primera, del propio ser humano,  EL, ya era feliz enteramente. La cabeza de Assan hizo un movimiento brusco hacia atrás, y el sonido estremecedor profano aquel sueño  y la luz tenue de aquella vela, con aquella llama, ceso para siempre

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